Desde Symetrias te queremos contar la historia del movimiento feminista. Comenzaremos por la definición de feminismo. El feminismo es definido por la Real Academia Española (RAE) como un «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.». ​

Historia del movimiento feminista

El origen moderno del movimiento feminista se remonta a los años 30 y 40 del siglo XIX. En concreto la lucha se centra en la obtención de derechos políticos, sobre todo en el sufragio universal.

No es posible entender el feminismo de hoy sin echar la vista atrás y reivindicar las luchas de tantas mujeres del pasado.


El feminismo de Mary Wollstonecraft, nuestra mujer del mes en Symetrías

Se considera a Wollstonecraft como una de las fundadoras del feminismo moderno liberal. En 1792 se publicó su obra “Vindicación de los derechos de la mujer”. Como indica Mary Nash, Wollestonecraft aplicó los principios ilustrados a un discurso liberal que defendía los derechos de las mujeres. Mary Wollestonecraft, con un estilo de vida muy alejado del ideal de “Ángel del Hogar”, fue sistemáticamente ridiculizada por algunos sectores de la sociedad.

La filósofa era partidaria del igualitarismo radical, que reivindicaba la plena igualdad entre sexos. Defendía que las diferencias entre hombres y mujeres no se debían a diferenciaciones biológicas, sino a la educación y socialización recibidas.

Aunque en esa época no se aceptaba la presencia de mujeres en los debates políticos, Wollestonecraft frecuentó los círculos radicales y expresó su opinión sin tapujos. Se opuso a las ideas de Jean-Jacques Rousseau sobre las mujeres, ya que el filósofo francófono consideraba que el objetivo de las mujeres era complacer a los hombres.

La escritora inglesa relacionó la educación femenina con el progreso general de la sociedad. En este punto, su igualitarismo quedó mediatizado por su postura de clase burguesa, puesto que defendió que el modelo educativo estaba marcado por el extracto social. En el caso de las mujeres trabajadoras, se priorizaban los oficios manuales, mientras que para las mujeres de clase media la educación se centraba en sus capacidades racionales. Si quieres saber más sobre ella, puedes leer el artículo que hemos publicado este mes en nuestro blog de symetrias.


La Revolución Francesa y las mujeres

Coincidiendo con el proceso revolucionario, nacieron los clubes republicanos femeninos y las primeras declaraciones de los derechos de las mujeres. Son relevantes los cahiers de doléances (cuadernos de quejas), donde las mujeres del Tercer Estado expusieron sus peticiones y reivindicaciones al quedar excluidas de la Asamblea Nacional. Pedían entre otras cosas, la proscripción de la prostitución, la exclusión de los hombres de los oficios de mujeres y una mejor educación.

Asuntos como la violencia de género y el abuso que sufrían las mujeres en el ámbito familiar también merecieron gran atención en el conjunto de quejas. Bajo el pseudónimo de madame B. B. del País de Caux, una mujer ilustrada afirmó que, de igual forma que los nobles no podían representar el Tercer Estado, tampoco los hombres podían defender los intereses de las mujeres. Por lo tanto, para madame B.B. las mujeres debían tener representación política propia.

Pese a estas peticiones, la Asamblea General proclamó en agosto de 1789 la conocida Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la que las mujeres no estaban incluidas. Es decir, aunque el texto proclamaba la libertad y la igualdad de derechos, paradójicamente se dejaba fuera a la mitad de la población.

Como respuesta a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, Olympe de Gouges publicó la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” con la intención de reivindicar la inclusión de las mujeres en los derechos políticos y civiles que se acababan de proclamar. De Gouges reivindicó el sufragio femenino, así como el derecho a la libertad, a la propiedad o al acceso a cargos públicos. Olympe de Gouges fue guillotinada el 3 de noviembre de 1793 por sus ideas políticas durante el conocido periodo del Terror de Robespierre.


La Declaración de Seneca Falls

En 1848 tuvo lugar la Declaración de Seneca Falls en Estados Unidos en un momento en el que en el país, se estaban desarrollando dos movimientos sociales centrados en la igualdad: el abolicionismo y el feminismo.

Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott fueron las convocantes de la reunión en Seneca Falls, una pequeña localidad del estado de Nueva York. Allí una mayoría de mujeres y algunos hombres, discutieron sobre muchos aspectos de la vida pública y privada, y rechazaron la marginación femenina en la política, la propiedad o incluso la vestimenta.

En las luchas antiesclavistas hubo una gran presencia de mujeres, lo que también benefició la formación de una identidad feminista. Sarah y Angelina Grimké, por ejemplo, fueron de las primeras activistas abolicionistas que aplicaron la misma crítica social a la condición de la mujer. Las mujeres abolicionistas defendieron la igualdad entre los afroamericanos y los hombres blancos, lo que llevó a reclamar también la igualdad entre sexos. Lucrecia Mott, que fundó una de las primeras sociedades en contra de la esclavitud, es otra muestra de los vínculos estrechos entre el abolicionismo y el feminismo.

Después de la Guerra de Secesión (1861-1865), el derecho de voto de la población afroamericana no fue seguido por el derecho de voto femenino, como se había esperado. Por ello, las sufragistas Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton fundaron poco después la Asociación Nacional Americana Pro-sufragio de la Mujer. El voto femenino se materializó en todo el país en 1920, más de 70 años después de la declaración de Seneca Falls.


Las sufragistas inglesas

Historia del movimiento feminista

Los políticos liberales John Stuart Mill y Henry Fawcett presentaron en el Parlamento británico una petición para solicitar el voto sin distinción de sexo en 1866. Esta petición fue firmada por 1.499 mujeres, pero no prosperó. A partir de esta derrota, nació el sufragismo como movimiento social en Gran Bretaña. Inicialmente dicho movimiento fue constitucionalista. Es decir, las sufragistas actuaban dentro del marco legal vigente con la intención de implantar una reforma que permitiera votar a las mujeres.

A pesar de más de cuarenta años de lucha, las sufragistas no alcanzaron su objetivo. Ello llevó a una radicalización del movimiento, que duró desde principios del siglo XX hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Emmeline Pankhurst fue la líder carismática de este sufragismo radical.

Las llamadas suffragettes fueron adquiriendo cada vez más legitimidad. La elección de cárcel por parte de Christabel Pankhurst y Annie Kenney en lugar de pagar una multa supuso un giro en su lucha. Ambas reclamaron que eran prisioneras políticas y consiguieron nuevos apoyos y adhesiones a su causa. El llamado Viernes Negro también implicó un incremento considerable de adeptos al sufragismo. Unas 300 mujeres protestaron ante el Parlamento británico por la decisión del Primer Ministro de disolver el Parlamento sin tratar la cuestión del voto femenino en 1910. La brutal represión policial, que duró seis horas y se caracterizó por abusos sexuales e humillaciones, fue denunciada por cincuenta mujeres congregadas en la manifestación.

Las suffragettes siguieron adelante con acciones como el incendio de comercios o el lanzamiento de piedras a los domicilios de políticos relevantes. El conflicto se acentuó cuando las encarceladas, entre las que había mujeres procedentes de la aristocracia, la burguesía y la clase trabajadora, exigieron el estatus de prisioneras políticas e iniciaron una huelga de hambre. Que fueran alimentadas a la fuerza causó un gran rechazo social, por lo que el gobierno cambió la legislación y se permitió que las mujeres que se encontraban en un estado de salud delicado salieran de prisión. Sin embargo, una vez recuperadas debían volver a ingresar en la cárcel. Era la conocida “Ley del Gato y el Ratón”.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, las acciones de las suffragettes se paralizaron para dedicarse a la causa bélica. Una vez finalizado el conflicto, se retomó la causa pendiente del voto de las mujeres y, en un contexto marcado por una creciente democratización del mundo occidental, se aprobó el voto femenino en 1918, aunque hasta 1928 se limitó a las mujeres mayores de 30 años y con un nivel económico elevado.


Feminismo y movimiento obrero.

Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, las distintas corrientes del movimiento obrero criticaron el feminismo burgués, al que acusaban de defender únicamente los intereses de las mujeres de las clases medias. Desde una parte del obrerismo, la lucha específica de las mujeres no tenía sentido, puesto que el propio proceso revolucionario conllevaría automáticamente su emancipación.

historia del movimiento feminista

En el obrerismo también destacó Mujeres Libres, una organización femenina anarquista española fundada por Lucía Sánchez Saornil, Mercè Comaposada y Amparo Poch. Desde dicha entidad, no se subordinó la cuestión femenina a los ideales revolucionarios anarquistas. La organización no fue catalogada como feminista por sus integrantes, pero Mary Nash no duda en definir este movimiento como “feminismo obrero de signo anarcofeminista”. Mujeres Libres tuvo en cuenta la especificidad de género y la opresión femenina, a la vez que reclamó una lucha autónoma para combatirla. Esta organización reconoció la existencia de una sociedad patriarcal en la que las mujeres padecían una discriminación por razones de género.


Feminismo e imperialismo

Hasta ahora, nos hemos centrado en el feminismo occidental, pero desde otras culturas se han desarrollado también otros feminismos. El imperialismo cultural fue, sin lugar a dudas, una de las consecuencias del colonialismo que ha sobrevivido hasta nuestros días. El colonialismo negó el valor de las culturas autóctonas e impuso el canon occidental como el modelo válido a seguir. En el caso de las mujeres, se ha hablado de una doble colonización, puesto que sufrieron los efectos del colonialismo y del imperialismo cultural como el resto de la población, pero también las imposiciones patriarcales de sus propias culturas.

Especialistas en África, Asia, América Latina y minorías étnicas en Occidente han denunciado el silencio sobre las luchas de las mujeres del llamado Tercer Mundo. Según estas voces críticas, los movimientos de mujeres no occidentales están sometidos a mecanismos de exclusión, también desde el feminismo. Es decir, existe una visión de subalternidad de las mujeres no blancas.

Leila Ahmed ha reivindicado el feminismo árabe musulmán. Ahmed opina que tras el feminismo occidental, tanto pasado como presente, existe un mensaje oculto: el progreso de las mujeres solo puede producirse tras el abandono de las culturas autóctonas. Ahmed se ha fijado en la crítica del uso del velo por parte de Occidente y ha denunciado la insistencia en la necesidad de abandonar la cultura árabe musulmana como único camino hacia la emancipación femenina.

El movimiento feminista a día de hoy

A día de hoy, muchos son los movimientos de mujeres que buscan romper con las visiones únicas y uniformadoras y fomentar el trabajo desde la diversidad y la interseccionalidad . De hecho, el trabajo conjunto ya ha tenido algunos frutos y mujeres de todos los continentes han desplegado diferentes estrategias de acción a través de las Naciones Unidas, en organizaciones no gubernamentales o en el asociacionismo. En 1995, durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, se acordaron una serie de compromisos sin precedentes y los derechos de las mujeres se reconocieron como derechos humanos. Más de veinte años después de la aprobación de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, ningún país ha alcanzado todavía la igualdad de género y las discriminaciones para las mujeres siguen persistiendo. Por este motivo, los movimientos feministas alrededor del mundo continúan batallando para mejorar las condiciones de vida de las mujeres.