Mujer del mes: María de Maeztu (1881-1948) fue una revolucionaria de la primera mitad del siglo XX. Porque ella allanó el camino para alcanzar lo que entonces era una utopía: la igualdad entre hombres y mujeres. El discurso en el que se basó durante toda la vida fué el acceso sin restricciones a la enseñanza para las mujeres, quienes hasta entonces estaban reducidas a cumplir con labores domésticas y de cuidado de la familia. Por ello fué una revolucionaria feminista.
María de Maeztu fue maestra, pedagoga, directora de escuela, conferenciante, feminista y como tantas otras mujeres, fue olvidada por una historia que le negó el lugar y el reconocimiento que se merece.
María de Maeztu. «Soy feminista, me avergonzaría no serlo»
Como recogen sus palabras, su vida estuvo destinada a mejorar la situación de la mujer española a través de la educación, a través de una formación integral que fomentase y favoreciese su participación igualitaria e integral en la sociedad y cultura de la España de su tiempo.
Fue estudiante de Magisterio, discípula de Ortega y Gasset y becaria de la Junta para la Ampliación de Estudios para completar sus estudios en varios países europeos, Bélgica, Suiza, Italia e Inglaterra, lo que influyó enormemente en su formación y en sus ideas sobre educación.
En 1915 es la encargada de desarrollar el primer proyecto educativo para la mujer, la Residencia de Señoritas, un espacio no sólo de formación sino también creativo y cultural para sus muchas participantes.
En 1918 es la responsable de la fundación del Instituto Escuela, ampliando así el ideario de la Institución Libre de Enseñanza a primaria y secundaria, y precisamente ella sería la Directora de Área de Primaria.
“Aunque, naturalmente, tratarnos de proporcionarnos con este club un lugar cómodo y agradable en el que entretenernos algunos ratos, es algo más que un centro de recreo lo que se pretende hacer. Se intenta facilitar a las mujeres españolas, recluidas hasta ahora en casa el mutuo conocimiento y la mutua ayuda. Queremos suscitar un movimiento de fraternidad femenina...”
Los viajes y su relación con pedagogas y profesoras de otros países pronto dejan ver que los avances educativos de la mujer van a tener como consecuencia el desarrollo de una concienciación política y social. Es entonces cuando surge la necesidad de crear asociaciones de mujeres a nivel nacional. Por ello, Maeztu aprovecha sus visitas a los Congresos internacionales para empaparse en el funcionamiento de las asociaciones de mujeres tan visibles en otros países. Fruto de estos aprendizajes y del empuje que ya tiene en ese momento en España, participa en 1926 en la fundación del Lyceum Club.
María de Maeztu funda el Lyceum Club
En 1926 funda junto con otro grupo de mujeres el Lyceum Club, cuyo objetivo según lo que recogen en la noticia que apareció en el periódico El Heraldo (05/11/1926) sería:
«Una de las primeras asociaciones de mujeres. La creación de esta asociación sitúa a España en la vanguardia europea ya que es el 5° país que funda una asociación de este tipo en Europa. El Lyceum Club es un lugar de reunión de mujeres intelectuales con el objetivo de suscitar un movimiento de fraternidad femenina en el que las mujeres colaboren y se auxilien y a través del cual puedan intervenir en los problemas culturales y sociales de nuestro país» (Zulueta, 208).
María de Maeztu puntualizó el objetivo del Lyceum Club:
“Aunque, naturalmente, tratarnos de proporcionarnos con este club un lugar cómodo y agradable en el que entretenernos algunos ratos, es algo más que un centro de recreo lo que se pretende hacer. Se intenta facilitar a las mujeres españolas, recluidas hasta ahora en casa el mutuo conocimiento y la mutua ayuda. Queremos suscitar un movimiento de fraternidad femenina...”
El Club tiene una gran repercusión en la sociedad de la época aumentando rápida y significativamente el número de socias.
Cuenta además con el apoyo de importantes personalidades e intelectuales de la época. Entre los asiduos conferenciantes masculinos se encuentran García Lorca, Alberti, Unamuno y Garcí Morente. Sin embargo, el invitado que quizás fue más polémico fue aquel que nunca asistió con la negativa rotunda con la que recurrentemente respondía Jacinto Benavente a las invitaciones, alegando que «no tenía tiempo para hablar a tontas y a locas».
Esta popular asociación a la que Maria Teresa León cariñosamente bautiza como la «revolución de las faldas» pronto pasa a convertirse en un núcleo aglutinador del incipiente feminismo español. Con María de Maeztu como Presidenta, Victoria Kent Isabel Oyarzábal como Vicepresidentas, Zenobia Camprubí de Secretaria, Helen Philips de Vicesecretaria y Amalia Salaverría de Tesorera y más de 50 seguidoras, el Lycem Club inicia su andadura en los locales de la Residencia de Señoritas. En menos de un año, el número ascenderá a 150.
El nacimiento del Lyceum Club coincide además con un momento fundamental del desarrollo de la identidad política y social de la mujer en la España republicana. María Teresa León recuerda el Club como el núcleo que permite la oportunidad de apoyo, unión y cohesión de la elite femenina ilustrada del momento.
Casi al mismo tiempo, el 11 de octubre de 1927, Primo de Rivera, convoca la Asamblea Nacional con la participación de 13 escaños femeninos, entre los que se encuentra María de Maeztu.
Cerrera política de María de Maeztu
Con este nombramiento se inicia su carrera política. A éste le siguen otros, en 1930 es nombrada del Consejo de Instrucción Pública y en el 34 miembro del Consejo de Cultura. A lo largo de estos años la presencia política de la mujer crece significativamente; por una parte obtiene el voto en el año 31 y por otra sale democráticamente electa la primera representación política que cuenta con tres diputadas: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken.
En 1932 la carrera de María de Maeztu continúa en ascenso y es nombrada Profesora auxiliar (de forma temporal) de la Sección de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, cargo que ostentará hasta 1936 y finalmente el 27 de junio de este mismo año cuando finalmente es nombrada Catedrática. Hasta ahora, únicamente había habido otra mujer que llegara tan lejos, la Condesa Pardo Bazán en 1916. Sin embargo, María nunca llegó a tomar posesión de su nuevo nombramiento.
La guerra le sorprende fuera de España y se apresura a regresar para conservar su puesto al frente de la Residencia, pero las cosas no le salen como ella esperaba.
En septiembre del 36, a su regreso es fulminantemente destituida del puesto. Un mes más tarde, Ramiro, su querido hermano, muere en la Cárcel Modelo a manos de un grupo de incontrolados. La Residencia de Señoritas, realidad y símbolo de la lucha, de SU lucha por la educación de la mujer española le es arrebatada en un sin sentido bélico.
El exilio
Incapaz de conciliar esta nueva realidad, relegada de todos sus cargos su impresionante carrera se trunca en apenas dos meses; irremediablemente, Maria ha de marcharse de España y con ello, enfrentarse a su último reto, el indeseado exilio.
En el 1939 se enfrenta a la terrible realidad que tiene que compartir con todas aquellas pioneras -muchas de ellas ex alumnas suyas- que tras luchar por el avance del país, ahora deben marcharse y refugiarse en el extranjero; «sana y salva, pero desecha y llorosa», como describe Victoria Ocampo (Pérez-Villanueva, 126), llega a Buenos Aires.
Desde allí, María será testigo lejano de cómo el trabajo y las obras de toda una vida se desvanecen irremediablemente en un nuevo orden político en el que los principios educativos de la Institución Libre de Enseñanza no tenían lugar. Treinta años de trabajo y de dedicación a la ILE, a la JAE, a la Residencia de Señoritas y al Instituto Escuela borrados de la historia de España.
Los años de exilio fueron confusos y difíciles; la violenta e inesperada muerte de su hermano la deja profundamente trastornada -de ahí sus polémicas declaraciones del año 40, en las que se identifica políticamente con la extrema derecha y el más absoluto y ortodoxo catolicismo–. Sin embargo y a pesar su nuevo posicionamiento Maeztu no puede regresar a España; tras rechazar una Cátedra en Barnard College y un puesto de profesora en Vassar Collage prefiere quedarse en Argentina con la ilusión y la promesa gubernamental de poder fundar una nueva Residencia en Buenos Aires. Sin embargo y ante la imposibilidad de desarrollo de este nuevo proyecto, se le concede una Cátedra en la Facultad de Pedagogía que ostenta
hasta su muerte.
Tras nueve años de docencia y exilio, en 1948 Maeztu muere en Mar de Plata, Argentina.
Sin embargo y pese a lo trágico de su final, su obra no sucumbió al fatal desmantelamiento que la pedagoga había anticipado. De las cenizas resurgió una vez más el ideario pedagógico que inculcó a sus alumnas a lo largo de su vida de maestra, cuando 3 ex-alumnas del Instituto-Escuela del que fue directora durante más de 20 años empezaron a reunirse clandestinamente a principio de los años 40 para continuar con el proyecto educativo del que habían participado.
Es así como Jimena Menéndez Pidal, Ángeles Gasset y Carmen García del Diestro fundan el Colegio Estudio continuando con la labor que tan bien habían aprendido de su predecesora. Al igual que ella, instalan su sede en los edificios del Instituto Internacional, en el que anteriormente Maeztu había tenido sus proyectos educativos. Recuperan y consolidan los mismos principios pedagógicos que eran intrínsecos al ideario de la ILE y que Maeztu supo tan bien articular.
Feminista y Revolucionaria
El pensamiento de María de Maeztu puede sintetizarse en estas frases entresacadas de su artículo «Lo único que pedimos», publicado en La mujer moderna:
María de Maeztu. «Soy feminista; me avergonzaría de no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana. Y esto es lo que para mí significa, en primer término, el feminismo: es, por un lado, el derecho que la mujer tiene a la demanda de trabajo cultural y, por otro, el deber en que la sociedad se halla de otorgárselo. (…). Justo es proclamar muy alto lo que ya repetidas veces se ha dicho: los mayores enemigos del feminismo no son los hombres, sino las mujeres: unas por temor, otras por egoísmo. Las primeras, al oír hablar de emancipación, de independencia económica, no ven tras de estos tópicos sugestivos más que la perspectiva triste de ganarse la vida trabajando a jornal en las industrias, víctimas de una explotación miserable. Esta independencia es para ellas, con razón, la peor de las esclavitudes. Puestas a elegir entre la sumisión al patrono o al marido, todas las mujeres prefieren la última. Contra lo que afirmaba Stuart Mill, la sumisión de la mujer al hombre por medio del matrimonio es, en esas circunstancias, la única liberación posible. Las segundas no quieren oír hablar de emancipación económica, porque lo único que desean es encontrar un marido en ventajosas condiciones, cosa que se hace más difícil si las mujeres demandan un puesto en la economía social. Para unas y otras el feminismo no es una idea liberadora, sino una promesa de esclavitud. Por eso, la primera tarea a realizar es la de preparar a nuestras mujeres, y claro está que yo confío, como único y exclusivo medio, en la educación, que al salvar las sustancias ideales que lleva dentro, ignoradas por ella misma, le dará fuerza para descubrir nuevos mundos, no sospechados hasta ahora.»
Fuentes: El Español, El Heraldo, Escuela de la República, Mujeres en la Historia, La mujer Moderna.