Más del 90% de las mujeres encarceladas han sufrido violencia de género y hoy te lo contamos todo en nuestro nuevo podcast de Symetrías. Lo puedes escuchar en los siguientes enlaces:
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Las estadísticas son claras: el número de mujeres que entran en prisión es muy inferior al de hombres. Ellas representan menos de un 8% de la población reclusa total. Encerradas en un sistema masculinizado -pensado por y para hombres-, su realidad y necesidades son muy distintas. En su mayoría viven un triple estigma: ser mujeres, ser inmigrantes y haber estado en prisión. La Fundación Prolibertas, impulsada por la orden de los Trinitarios, trabaja para apoyar a estas mujeres a salir adelante y reinsertarse en la sociedad.
¿Qué rasgos específicos tiene esta población femenina que se encuentra encarcelada en España?
Alrededor del ochenta por ciento de esas mujeres que se encuentran en prisión están por delitos contra el patrimonio. Esto quiere decir que son delitos contra la salud pública en su mayoría, muchas hacen de “mulas” viniendo de países normalmente más empobrecidos y transportando droga, o pequeños robos, hurtos… Este tipo de este tipo de delitos es un porcentaje muy alto y eso hace también que tenga mucho que ver con el empobrecimiento de la mujer.
¿Llegan a estar privadas de libertad después de una historia de vida muy dura?
Más del noventa por ciento de estas mujeres han sufrido violencia de género, aunque no se identifiquen como víctimas de violencia de género, porque lo han vivido desde un ambiente en el que ellas lo consideran que es normalizado, bien en la familia de origen o en la familia que posteriormente ya generan.
¿Cómo detectáis eso vosotros, si ellas mismas no lo verbalizan?
Cuando al inicio empiezas a hacer su historia social, van contando un poco la situación que han vivido, cómo han llegado hasta ahí, en qué necesitan que se las apoye. Cuando va recomponiendo su historia vital te van comentando situaciones vividas en su familia, con su pareja, con sus padres… Cuando nos dimos cuenta de esta situación empezamos a hacer talleres obligatorios en el programa de prevención de violencia de género y ahí ellas aprenden a identificar que, efectivamente, aquello que les ocurrió es violencia. Sobre todo hay que poner medios para que eso no les vuelva a ocurrir, que tengan herramientas para que identifiquen esas situaciones y no las toleren.
¿Qué proceso se desarrolla para que sea posible esa fortaleza?
Primero, que ellas se sientan válidas para afrontar cualquier cosa, para poder gestionar sus propias vidas, organizar su proyecto de futuro. A ese nivel se les da atención social, atención psicológica, acompañamiento y un hogar donde poder estar, que es lo principal. En un primer momento necesitan sentir la tranquilidad de que tienen cubiertas sus necesidades para poder avanzar en el resto de ámbitos. Hacemos talleres de gestión emocional o de gestión del tiempo, para que aprendan (o reaprendan) a reorganizar su vida, porque además en la prisión durante unos años estas personas no asumen responsabilidades sobre su propia vida, no tienen tampoco noción de cómo gestionar su tiempo… todo eso lo pierden y es ayudarlas a que vuelvan a tomar las riendas de su vida y tengan la oportunidad de hacerlo de una manera socialmente aceptable, que no caigan otra vez en la situación de delinquir.
¿En qué se diferencian las cárceles de hombres respecto a las de mujeres?
Hay muy pocas prisiones que sean exclusivamente de mujeres, en España realmente sólo hay cuatro y el resto son prisiones mixtas. Eso hace que los espacios tengan que ser compartidos y las mujeres no tienen acceso en muchas ocasiones a poder utilizar espacios que los hombres utilizan de manera normalizada: desde el gimnasio o los polideportivos a, por ejemplo, la cafetería o la biblioteca. Mientras que los hombres las pueden utilizar de una manera normalizada y en un amplio horario, a las mujeres se le restringen horarios o no se les deja utilizar. Además, hay una situación con las mujeres en las prisiones en las que se prima un trato más paternalista y de prejuzgar o juzgar el comportamiento que la mujer debe tener, incluso en prisión. Eso hace que la culpa y el sufrimiento de la mujer en prisión también sea mayor.
Las mujeres en las cáceles reciben un trato más paternalista y se juzga comportamiento que deben tener incluso en prisión.
¿Se les carga con un mayor grado de culpa?
Socialmente se las cataloga como malas madres por el hecho de estar privadas de libertad, en cambio a un hombre esto no le ocurre. En general las mujeres que nosotros atendemos tienen responsabilidades familiares no compartidas. Esto es por un lado un elemento muy motivador para ellas a la hora de plantear su nuevo proyecto de vida, pero también es un sentimiento de que han fallado o que socialmente no han cumplido con los mandatos de género que se establecen.
Socialmente se las cataloga como malas madres por el hecho de estar privadas de libertad.
Vuestro trabajo se desarrolla tanto fuera de la prisión, como dentro, antes de que accedan a regímenes de condicional o de libertad. ¿Qué tipo de labor hacéis con las que aún están presas?
Desde la Fundación Prolibertas proponemos distintos talleres y también los centros nos los van solicitando. Por ejemplo de alfabetización, de prevención de violencia de género, de buen uso de la medicación, hemos tenido un taller de manualidades en el que se trabajaba el comportamiento empático entre ellas y la sororidad.
Estar privada de libertad afecta a las capacidades sociales, ¿encontráis a veces en casos de presas que estén muy institucionalizadas, que tengan miedo o que no quieran salir?
Sí, sobre todo cuanto más años llevan dentro de prisión, más largo es el proceso de que posteriormente ellas normalicen su situación, que vuelvan a adquirir esos hábitos, esas responsabilidades, esa situación en la que vivimos todos. Además quedan ahí muchos “residuos”, por así decirlo, del código que en prisión se mantiene entre ellas, de claves de comportamiento, de resolución de conflictos… Y todo eso hay que irlo trabajando.
Desde la experiencia de estos años, ¿qué es lo que más les ayuda a ellas a recuperar esos vínculos, a tener autonomía?
El trabajo. Hay pequeños componentes que hacen un todo, sin esta atención psicológica individualizada, sin ese acompañamiento en el que va surgiendo ese empoderamiento en el que ellas ven que pueden gestionar sus propias cosas… Es un todo, pero realmente lo que tiene éxito total para la reinserción es que la persona consiga emplearse, porque como en todos nosotros es lo que hace que al final tengan una vida normalizada y fuera del círculo de exclusión. Por eso las ayudamos en todo este proceso de hacer el curriculum, cómo presentarse a la entrevista laboral, todo el proceso de búsqueda activa de empleo y tenemos convenios con algunas entidades que tienen bolsa de empleo justamente para esto, para que tengan más oportunidades.
Encontrar trabajo es lo que posibilita que tengan una vida normalizada y fuera del círculo de exclusión.
¿Cómo es la dinámica en las casas de acogida una vez que salen?
Lo primero es que ellas sientan que están en un hogar, que sientan que es su casa y para eso también nos relacionamos de una determinada manera, tenemos un plan de convivencia en el que a todas las personas cuando entran ahí, se las acoge, se les explica la dinámica de la casa, cómo nos comportamos con el resto de compañeras, cómo nos distribuimos las tareas para que se hagan entre todas las personas que comparten ese espacio.
Imagino que surgirán conflictos y dificultades…
Por eso tenemos el plan de convivencia, para abordar la resolución de conflictos de una manera diferente a como se hace dentro del centro penitenciario. En la casa de acogida, no hay algún juez que va a decir tú tienes razón, ella no. Hay una forma diferente a la subcultura –por así decirlo– que ellas mismas establecen en prisión para relacionarse. Y también hay una forma de relacionarse diferente que no es jerárquica, como una prisión en la que hay un funcionario. Porque justamente tienen que aprender a vivir en una situación normalizada de libertad, en la que si hay un conflicto o a cualquier situación se tiene que atajar como cualquiera de nosotros lo haríamos en un ambiente laboral o de comunidad de vecinos… Lo trabajamos en el día a día.
¿Es diferente en el caso de las mujeres que están en libertad parcial, con segundo grado o permisos?
Sí, esas personas tienen sólo para disfrutar entre tres y seis días. Normalmente cuando salen lo que hacen es alguna gestión, algún trámite y comunicarse con su familia… Les ayudamos un poco cuando llevan tantos años sin ver a su familia, ahora que internet nos acerca a todos, es importante poder verles y hablar con ellos, y acompañamos gestión emocional en ese momento. Además participan en talleres por las mañanas, pero la idea es que estas personas puedan hacer uso de su libertad, que puedan salir, hacer compras. Ahí también vemos qué uso hacen de su libertad en esos días y con ese uso que hace de su libertad, qué pronóstico de reinserción consideramos que esa persona puede tener.
Para quienes están en régimen de Tercer Grado, Libertad Condicional o Libertad Definitiva, ¿qué les aportan las casas de acogida para poder llevar a cabo su proceso de reinserción?
Ahí ya sí que hay un itinerario más marcado de inserción sociolaboral. Nos planteamos junto con ellas unos objetivos personales, porque cada una de ellas tiene unas motivaciones diferentes y unos objetivos diferentes. Nos sentamos con ellas semanalmente y vamos haciendo un seguimiento para que ellas mismas vayan siendo conscientes de sus progresos. Las acompañamos en la búsqueda activa de empleo, con talleres formativos o de promoción personal… A las que son madres y tienen hijos con nosotros en el propio lugar residencial, damos acompañamiento también a nivel educativo, ya no solo de crianza, de la relación materno filial.
La reinserción es fundamental no sólo para estas personas y para sus hijos, sino para el resto de la sociedad.
¿Cómo es la vivencia de esos niños y niñas?
Hay mujeres que han estado con sus hijos dentro de prisión, porque hasta los tres años pueden estar ahí, pero hay otras que no han podido estar con sus hijos y estos han tenido que pasar a un centro de menores. Retomar esa vinculación requiere también un proceso, pero tiene que estar dentro del propio proceso que la persona está haciendo para volver a la a la sociedad. En los niños que han estado con su madre dentro de prisión, ese vínculo de apego está totalmente constituido y como son tan pequeños no son conscientes de toda esa etapa anterior. Si son ya más mayorcitos, con la situación de separación de su madre, dependiendo de si han podido verla o no, algunos niños tienen sensación de abandono, otros no. Con la vivencia y la edad del niño también difiere. Por ejemplo, en una edad preadolescente hay mucho sentimiento de culpar a la madre.
Pero, ¿suele resolverse cuando la madre vuelve a estar en libertad?
Sí, lógicamente al final esos niños siempre tienden a buscar la figura materna o paterna, porque sienten esa situación de abandono. Muchas veces la madre no quiere que sepan que ha tenido que estar en prisión, no quiere que sus hijos sepan en qué situación se ha encontrado durante ese tiempo. No quiere. Una vez ya se empieza a hacer la vinculación ya que es muy difícil que el niño no lo sepa porque, además, es una forma también de que ellos vean que fue una causa de fuerza mayor, que no es porque su madre no haya querido estar con ellos.
¿Existe mucha discriminación hacia ellas en la sociedad?
Nosotras siempre les recomendamos que no digan que han estado encarceladas, porque hay un rechazo total hacia las personas que han estado en prisión. El discurso social es “si han hecho algo, pues que lo paguen”, es difícil incluso para nosotros mismos a la hora de conseguir fondos para poder seguir adelante con este proyecto. La gente no ve que hay personas que no han tenido las mismas oportunidades, que si a estas personas no se les da una oportunidad terminarán en situación de calle o volverán a la misma realidad en la que se encontraban y, al final, serán reincidentes. Si no se dan estos programas al final no se rompe ese círculo y socialmente no vamos a conseguir transformar nada. La reinserción es fundamental no sólo para estas personas y para sus hijos, sino para el resto de la sociedad.
¿Y desde vuestra experiencia, es posible esto?
En el caso de las personas que pasan por nuestra casa de reinserción el porcentaje de éxito es muy alto, alrededor de un 98%, pero no es porque nosotros seamos muy buenos, es porque las personas que atendemos son personas muy escogidas. Sólo tenemos 20 plazas y a lo largo del año pueden pasar alrededor de unas 60 o 70 personas como mucho recurso. Como los recursos son muy limitados, hay que escoger aquellas personas que consideramos que tienen mejor pronóstico de reinserción. Por ejemplo, como no tenemos psiquiatra, no podemos acoger a personas que tengan trastornos psiquiátricos graves, que requieran una atención y una medicación más continuada. Ojalá tuviéramos esos recursos para poderles dar salida, porque realmente son personas muy necesitadas y en realidad tampoco estar deberían en prisión en esa situación. Tampoco atendemos a personas que tengan un consumo activo de cualquier tipo de tóxico (alcohol, drogas…).
¿Hay recursos suficientes como para atender también a esa otra parte de la población que salen de la cárcel con trastornos mentales graves o problema de adicciones?
Sí, hay otras entidades que atienden a esa parte, hay programas de deshabituación… porque no puedes trabajar en una búsqueda activa de empleo, temas de promoción personal o ciertas habilidades. Mientras no se trabaja el estar libre de ese tipo de sustancias, si primero no hay esa deshabituación, no puedes trabajar el resto de hábitos.
Una pregunta obligada en la circunstancia en la que estamos, ¿cómo os ha afectado a vosotras la pandemia?
Ha sido una situación muy complicada, a nivel de trabajo con ellas en el tiempo que estuvimos en el estado de alarma y tuvimos que volver a estar encerrados. Recuerdo a una mujer que salió justo dos días antes del confinamiento y decía: “es que no me lo puedo creer, después de tantos años allí dentro, después de ansiar el tener mi libertad y poder empezar a organizar mi vida, ahora me veo otra vez encerrada en otro lugar, aunque no sea una prisión”. Claro, no es comparable pero es frustrante porque salen con tantas ganas de retomar sus vidas, de poder organizarlas, de ver que tienen una oportunidad para hacer las cosas de otra manera y toda esa esperanza de repente verla truncada.
Salen con ganas de retomar sus vidas en el confinamiento fue frustrante ver toda esa esperanza truncada.
¿Cómo os organizasteis durante el confinamiento?
En ese momento teníamos el piso lleno entonces también se generaba tensión, con tantos niños conviviendo, tantas personas diferentes, de tantos lugares diferentes y con personas que acabas de conocer, sin poder tener tu espacio de salir o entrar a la calle, ir al parque. Tener allí tanta cantidad de niños encerrados, todos con ganas de salir y sin entender muy bien por qué no podían salir… Estuvimos haciendo talleres lúdicos, con las mujeres también para para quitar un poco de tensión a la situación que se estaba viviendo, porque para ellas era volver a estar recluidas en un lugar que nunca hubieran pensado.
En un momento en el que todos sentíamos una gran incertidumbre, ¿cómo lo vivían ellas?
Les genera ansiedad, ven las cifras del paro, ven que la economía no sigue adelante. Ellas mismas manifiestan “hemos salido en el momento más difícil, a ver si nos dan la oportunidad de poder tener un empleo”… Todas las incertidumbres de cualquier persona que actualmente no tiene un empleo, pero agravada por una situación de desventaja, no pueden decir de dónde vienen ni justificar ese tiempo que no han tenido una actividad laboral y sienten aún más de incertidumbre.
Escucha aquí este nuevo podcast de Symetrías: La violencia de género en las mujeres encarceladas