Además de llevar a cabo un sin fin de hitos radicalmente modernos como escribir por primera vez en la historia sobre el orgasmo femenino o crear el primer idioma artificial por encima del Esperanto, este icono de la Baja Edad Media fue capaz de clasificar el lúpulo, origen natural del popular elixir.

“No oigo estas cosas ni con los oídos corporales ni con los pensamientos de mi corazón, ni percibo nada por el encuentro de mis cinco sentidos, sino en el alma, con los ojos exteriores abiertos, de tal manera que nunca he sufrido la ausencia del éxtasis. Veo estas cosas despierta, tanto de día como de noche”. Hildegarda de Bingen amasó de forma prematura el bagaje simbólico de sus experiencias visionarias, fuente posterior de inspiración para la creación de la mayoría de sus obras y componente nutritivo de su propio conocimiento: “simultáneamente veo y oigo y sé, y casi en el mismo momento aprendo lo que sé”.

Esta mujer del renacimiento atrapada en las limitaciones históricas de la Baja Edad Media exploró tantísimos campos, realizó tal cantidad de hallazgos y se arriesgó de una manera tan virtuosa a la hora de llevarlos a cabo, que la indignación surge casi de manera inmediata cuando una se pregunta por qué su nombre, sus proezas y su naturaleza polímata -a la altura de figuras como Da Vinci, Goethe (especializado, además de en la poética belleza sincronizada de las palabras en áreas de Mineralogía, Física y Botánica), Averroes, Aristóteles, Descartes o Newton-, no han resonado con más fuerza en los libros de historia, biología o filosofía. No era hombre, claro. Tal vez ahí resida la explicación más lógica de tamaño silenciamiento.

Hildegarda de Bingen

Hildegarda nació en el municipio alemán de Bermersheim en el año 1098 y vivió hasta los 81 años, algo significativamente anómalo y longevo en aquella época. Fue la décima hija de un matrimonio de la nobleza local y sus padres Hildebert von Bermersheim y Mechtild decidieron consagrarla a Dios como “diezmo” recluyéndola en el monasterio de San Disibodo bajo la tutela de una monja llamada Jutta que le enseñaría latín básico y teología. Delicada y enfermiza, esta ilustre figura experimentó sus primeras visiones a los seis años y decidió compartir su secreto con su mentora, quien supo encontrar la forma de tranquilizarla ya que, según el biógrafo de la maestra, esta también vivía episodios similares.

La reputación de la santidad de Jutta y su alumna se extendió por la región y otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convirtió en un pequeño convento benedictino agregado al monasterio de Disibodenberg. Tras la muerte de su maestra en 1136, Hildegarda se puso al frente del grupo monacal femenino y dio comienzo a su pequeña gran revolución.

Entre las hazañas que construyen su apasionada y apasionante existencia cabe destacar algunas como el hecho de que fuera la primera sexóloga de la historia en verbalizar, describir y escribir la existencia del orgasmo femeninoen su libro “Causa et Curae”; demostrara grandes conocimientos de botánica, medicina y fisiología humana: intuyó la circulación de la sangre siglos antes de que pudiese comprobarse; creara la “Lingua ignota”, considerada como la primera lengua artificial de la historia, por la que fue nombrada patrona de los esperantistas o compusiera más de 70 piezas musicales y numerosas obras literarias sobre teología dogmática, teología moral o antropología.

Considerada por muchos expertos como la madre de la historia natural, también inventó un alfabeto

Asimismo, resulta especialmente curioso resaltar también que gracias a su estudio sobre las bondades medicinales del lúpulo, la alemana llevo a cabo un gran descubrimiento que haría las delicias de todos los santos bebedores del mundo. Su curiosidad (recordemos que en tiempos de Hildegard era habitual el consumo de cerveza en lugar de agua, ya que al estar hervida, el líquido no estaba contaminado y no se transmitían tantas enfermedades, algo que sí sucedía por ejemplo si se bebía agua insalubre de los ríos o arroyos), le había permitido observar que el abuso de las bebidas dulces, muy frecuente entonces, potenciaba los problemas de visión e incluso podía llegar a producir ceguera.

Al agregar lúpulo, por su amargor y por su carácter aséptico, conseguía que la bebida no se consumiera con tanta ligereza y que se conservara en buen estado durante más tiempo. Y además, transformaba la experiencia de consumo en algo agradable ya que le otorgaba a la bebida unos aromas y sabores especiales.

Conocida como “La sibila del Rin”, la vida de esta armonizadora de la física, la anatomía y la fisiología, mujer pionera, ambiciosa, desafiante, adelantada y propiciadora de los remedios naturales, ha sido recientemente recogida en una interesante biografía novelada escrita por la autora Anne Lise Marstrand-Jørgensen, quien subrayaba en una entrevista el valor de pensar a esta mujer todavía desconocida para muchos, pero necesariamente reivindicada para muchas: “En la Edad Media cuesta creer que una mujer hablara de la integración del cuerpo, la mente y el alma. Toda esa filosofía de integración y el equilibrio entre la vida personal, profesional e incluso espiritual, y esa mirada hacia dentro, desde la que mirar el mundo, es para mí lo más importante, además de su música y sus visiones”.

Hildegarda murió el 17 de septiembre de 1179

VIA: LA RAZÓN