Concepción Arenal fué una escritora, periodista y revolucionaria feminista. Activista pionera de los movimientos feministas por la igualdad de género a lo largo del siglo XIX.
Concepción Arenal, vida de la gran inconformista decimonónica
Nacida en el seno de una familia acomodada de provincias en 1820, cuentan que el gran punto de inflexión que marca su vida se produce a los nueve años con la muerte de su padre. Del teniente coronel Ángel del Arenal, un militar liberal denostado y perseguido por las altas instancias conservadoras, hereda sus ideas, su firmeza y sus convicciones. Un patrimonio que forja su carácter y sus inquietudes, pero también la sume en un profundo pesimismo del que nunca consiguió reponerse (solía referirse a sí misma como un «vaso negro que teñía de tristeza todo cuanto tocaba»).
De Ferrol, y tras este revés, se trasladó junto a su madre y hermanas a Cantabria, primero, y a Madrid, después. Lectora incansable, sus ansias de ensanchar los límites de su conocimiento le inculcan desde muy pequeña la aspiración de tener estudios, algo que choca frontalmente con los planes tradicionalistas y restringidos que tenía su madre para sus hijas. Pero la progenitora fallece al poco de cumplir ella los 20 años, lo que libera a Concepción de cualquier atadura y la convierte en dueña única de su propio destino. Cumple así su sueño de ir a la Universidad, una institución a la sazón reservada exclusivamente para hombres, y se produce uno de los episodios más conocidos y repetidos de su biografía. Disfrazada de varón, la joven se cuela como oyente en diferentes lecciones de Derecho hasta que es finalmente descubierta y retada a cursar una prueba. La supera no solo sin dificultades, sino también con una marca excelente, por lo que la Universidad cede y la permite asistir a las clases, aunque sin la posibilidad de realizar exámenes y mucho menos de recibir un título. Lo hace durante tres años, entre 1842 y 1845, siempre acompañada y custodiada por hombres, sin casi opción de relacionarse con sus compañeros –entre clase y clase la apartaban en una habitación sola–.
En algún momento no precisado conoce al escritor Fernando García Carrasco, con quien se acaba casando en 1848 y teniendo tres hijos, y da comienzo a su carrera profesional como escritora y articulista en el diario liberal «La Iberia», desde donde se da a conocer por una serie de escritos sobre la importancia de los individuos que contribuyen al progreso común. Enviuda muy pronto, en 1857 –la vida nunca le dejó disfrutar por mucho tiempo de los suyos: también su hija mayor murió con solo dos años–, por lo que, abatida por la pérdida, regresa a su amada Cantabria para refugiarse durante algún tiempo en el valle de Liébana, donde había pasado parte de su niñez.
Vocación social
Allí conoce al músico Jesús de Monasterio, quien le introduce en las Conferencias de San Vicente de Paúl que acababa de fundar en la capital del valle, Potes. Encuentra entonces la vocación a la que dedica el resto de su vida: la ayuda a las personas menos afortunadas y el afán por cambiar las cosas. Publica ensayos sobre la beneficencia y las desigualdades sociales, se convierte en la primera mujer premiada por la Academia de Ciencias Morales y Políticas y su nombre llega a oídos de la propia Isabel II, que la nombra, a través de su ministro de Gobernación, Visitadora de prisiones de mujeres en 1864. Pero no dura mucho. Desde ese puesto vislumbra en primera persona las condiciones infrahumanas en las que habitaban las reclusas, lo que la lleva a declararse abiertamente favorable a una reforma del Código Penal español, tal y como abogaba el movimiento krausista. El mismo Estado que la aúpa la cesa entonces de inmediato y, aunque tras la Revolución del 68 el Gobierno Provisional la nombra Inspectora de casas de corrección de mujeres, se muestra algo desilusionada por el limitado alcance de las enmiendas acometidas.
Tras esto (y entre medias), un amplio historial de actividades y ocupaciones: funda un periódico que denuncia los abusos en cárceles y hospicios, impulsa un patronato para ayudar a familias desfavorecidas, crea la Constructora Benéfica, dedicada a la edificación de viviendas para obreros, y dirige un hospital de soldados durante la Tercera Guerra Carlista. También escribe sobre la condición desigual de la mujer respecto al hombre, un tema sobre el que vuelve una y otra vez hasta el momento de su muerte y del que acuña frases tan célebres como «la pasión es un torrente para el hombre; para la mujer, un abismo». Finalmente, y aquejada de múltiples dolores, fallece en Vigo en 1893.
«Sus logros fueron muchos, aunque la mayoría no los vio en vida. Todo lo que tiene que ver con el universo de las prisiones fue pensado por Arenal: el modelo celular de cárcel, la necesidad de que al mando de las mismas hubiera funcionarios preparados y, sobre todo, la necesidad de ver la cárcel como un instrumento no solo de punición y castigo sino de recuperación del preso para la sociedad», resumía Anna Caballé a este periódico tras la publicación de su biografía. Una vida repleta de luces en la que, ciertamente, parece no haber sombra alguna.
Obra de Concepción Arenal
En 1860 publicó el ensayo La beneficencia, la filantropía y la caridad, que obtuvo el premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Arenal publicó el libro ocultando su verdadera identidad. Utilizó el nombre de su hijo Fernando, que tenía diez años. Cuando la Academia descubrió el engaño dejó el premio en suspenso. Se abrió: ¿Podía premiarse a una mujer? No existían precedentes. Concepción Arenal obligaba a crearlos. Finalmente, a la vista de los méritos de la obra, los académicos no tuvieron opciones. Concepción Arenal recibió el premio. Otra pequeña revolución.
En 1863 Arenal se convirtió en la primera mujer que recibió el cargo de visitadora de cárceles femeninas. Hasta entonces un puesto ocupado en exclusiva por hombres. Conservó el trabajo hasta 1865. Fue cesada por publicar un ensayo titulado Cartas a los delincuentes en el que defendía una reforma del Código Penal desde posiciones cercanas al krausismo. Utilizó su experiencia para analizar el sistema penitenciario en ensayos como El reo, el pueblo y el verdugo o La ejecución de la pena de muerte. Su Oda a la esclavitud, de 1866, fue premiada por la Sociedad Abolicionista de Madrid.
Una mujer entre mujeres
Con la Revolución de 1868 la sociedad desplaza su eje hacia posiciones progresistas. Concepción Arenal se interesa cada vez más por el krausismo y entabla amistad con sus principales teóricos: Francisco Giner de los Ríos, Fernando de Castro y Gumersindo de Azcárate. Focaliza su interés por la educación en la educación de la mujer. Dicta las Conferencias Dominicales para la Mujer en el paraninfo de la Universidad Central de Madrid. Participa en la creación de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y la Escuela de Institutrices.
En 1869 publica La mujer del porvenir, un ensayo escrito en 1861. El libro ha permanecido encerrado en un cajón durante ocho años, esperando un clima propicio. Es un libro feminista, que defiende el libre acceso de la mujer a la educación y tira por tierra las teorías que promueven la superioridad del hombre en función de criterios biológicos. Tras La Mujer del porvenir llegarán otras obras como Estado actual de la mujer en España o La mujer trabajadora. Critica la disparidad de sueldos de las trabajadoras de la industria con respecto a sus homólogos masculinos, abre debates silenciados. En La Educación de la Mujer escribe: Es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre […]. Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie.
Concepción Arenal murió en Vigo, en 1893, a los 73 años de edad. La revolución que puso en marcha le sobrevivió. Fue recogida por otras mujeres que tampoco se resignaron.